martes, 14 de julio de 2009

Villar de Álava, el dolmen de la Casa de la Bruja y la piedra solar

Hoy paseamos por una tierra llena de viñedos, dólmenes y rutas ancestrales camino del Finisterre:

El nombre del Villar es topónimo muy específico de las zonas vinateras de toda la Península. No sé cuántos Villares hay, pero podríamos comprobar que todos ellos están en una zona rica en vides, sea en la actualidad o en el pasado. Como norma general, en las proximidades de todos ellos hay –o hubo- restos de las culturas megalíticas o huellas de asentamientos sagrados prehistóricos.

El Villar de Álava es cabeza de vinos de la Rioja Alta (La Rioja alavesa). Allí, según mis noticias, no han llegado, sin embargo, las grandes compañías vinateras, y el pueblo se ha instituido en cooperativa agrícola que explota en comunidad sus propios viñedos, de modo seguramente muy parecido a cómo se debieron explotar en tiempos primitivos: como bien comunitario.

Antes de llegar al pueblo, la carretera se desvía camino de Laguardia. Si tomamos este ramal y bajamos unas pocas curvas, cruzaremos un puente pequeño y veremos, a la derecha, un cartel que indica la proximidad del dolmen llamado la Casa de la Bruja (conocido también como la Chabola de La Hechicera). Sucesivos carteles cuidadosamente colocados por la comunidad nos conducirán hasta este monumento, por caminos de tierra apisonada perfectamente transitables.




La Casa de la Bruja –o choza o cueva- son nombres corrientes para designar los dólmenes. En la misma provincia alavesa hay otro –uno de los mejores de la Península- que se llama precisamente así, sólo que en vasco: Sorginetxe. Si repasamos cuidadosamente los nombres dados por el pueblo a los dólmenes, sea cual sea su emplazamiento, comprobaremos que todos llevan el apelativo de casa, templo, cueva, palacio…, pero nunca tumba, como muchos arqueólogos los han querido clasificar. Y es que el monumento megalítico no fue nunca una tumba –al menos en su sentido específico de enterramiento exclusivo-, sino que hizo funciones de templo en el que, eventualmente, se enterraron personas, lo mismo que hoy sigue enterrándose a obispos y prohombres en el interior de parroquias, colegiatas y catedrales.

Lo curioso del lugar donde se encuentra este fenomenal dolmen del Villar es que, aunque se trate del único que sigue en pie, puede comprobarse fácilmente en sus alrededores la existencia de acumulaciones de piedras que proclaman que allí hubo otros que se vinieron abajo o fueron destruidos, seguramente en momentos de exaltación iconoclasta de párrocos y obispos celosos de la pureza cristiana. Si volvemos a la carretera y continuamos camino de Laguardia, empezaremos a ver numerosos viñedos y, en las colinas, acumulaciones de piedras gigantescas que, aunque no hayan sido debidamente clasificadas y catalogadas, podemos deducir que formaron parte de los cultos megalíticos. Hay un par de supuestos dólmenes y una inconfundible piedra solar.

La piedra solar es un casi irreconocible monumento megalítico consistente en una enorme losa inclinada de tal modo que da siempre su cara lisa al sol y, más concretamente, al mediodía de los equinoccios. Ha habido múltiples interpretaciones para explicar sus significado, pero, como de costumbre, ha prevalecido –creo que también equivocadamente- la opinión de que sería un lugar de enterramiento. Lo curioso de muchas de estas piedras es que tienen, en su parte central, un hueco semiesférico que, ocasionalmente, es lo único labrado de toda la losa, y hace pensar en una eventual colocación de algo que reflejase o recogiera la luz solar.

(Juan G. Atienza)

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